Dice el refrán: «¿Dónde va Vicente? Donde va la gente», pero imitar el comportamiento de otros no es malo per se. Como explicamos en «El Libro de la Inteligencia Colectiva», la influencia social que producen las interacciones también puede ser positiva porque imitar lo bueno propaga comportamientos socialmente saludables. De hecho, históricamente, la perpetuación de las conductas de la mayoría ha sido clave para la transmisión de hábitos de comportamiento seguros, confiables y productivos. Además, dejarse influir hace que se forjen consensos a un menor coste y que el aprendizaje social sea rápido. Por eso, todo depende de qué se imite y, sobre todo, con qué criterio se haga.
En 1968 los psicólogos sociales Stanley Milgram, Leonard Bickman y Lawrence Berkowitz llevaron a cabo un experimento que iba a hacerse famoso. Situaron a una persona en una esquina entre dos calles de Nueva York mirando durante un minuto hacia una ventana del sexto piso de un edificio desde donde se proyectaba un haz de luz. Algunos transeúntes, muy pocos, se detuvieron a ver qué estaba contemplando esa persona, pero la mayoría siguió de largo. Después fueron aumentando el número de observadores , y al pasar de uno a cinco, los curiosos que se detuvieron se multiplicaron por cuatro. Con quince cómplices observando la ventana del sexto piso, casi el noventa por ciento de los paseantes miró y más de cuarenta por ciento se detuvo.
Es también interesante en este experimento constatar que la imitación «parcial» (mirar pero seguir caminando) fue significativamente mayor que la «total» (detenerse y mirar), un patrón lógico, ya que cuanto más esfuerzo requiere el comportamiento imitativo, más cuesta adoptarlo.
Es probable que solo haya una reacción instintiva en los que imitan mirando a la ventana, sin tiempo de tomar ninguna decisión racional. Pero voy a aprovechar el ejemplo para examinar las reacciones como si hubiera racionalidad en ellas porque sirve de ejercicio didáctico para explorar dilemas y avanzar posibles preguntas que se dan también en otros contextos. La actitud imitativa de los peatones se justifica porque no tenían una opinión preconcebida sobre qué hacer ante una situación incierta como esa, así que supusieron que alguna buena razón debía haber para que tantas personas estuvieran mirando a la vez al mismo sitio, y por eso siguieron el mismo patrón. Yo seguramente también lo habría hecho.
Si, por el contrario, los peatones ven a un obrero con una escalera mirando hacia arriba en un poste de la luz, no le imitarían porque darían por hecho que está trabajando. Tienen la respuesta así que no sienten la curiosidad de detenerse para averiguar. Tampoco la situación invita a protegerse, que es otro posible motivo para reaccionar rápido imitando. En un contexto de certidumbre como el del obrero, no habría alerta y todo el mundo pasaría de largo. No procede imitar «por si acaso». La información de la que dispongamos y el grado de confianza que tengamos en esa información son, por lo tanto, factores cruciales.
Pongamos un ejemplo. Si vamos en un tren y de pronto se detiene violentamente, pero no sabemos bien qué está ocurriendo ni qué hacer y vemos que muchas personas reaccionan de un modo parecido, corriendo hacia un mismo sitio, nuestro instinto nos lleva a imitar ese comportamiento. Este parece ser un automatismo heredado de nuestros antepasados: si el grupo salía huyendo en medio de la sabana, lo más prudente era seguirlo y no quedarse preguntando qué sucedía. ¿Estaremos en el caso del tren decidiendo bien? Parece que sí porque en un escenario de escasa información privada disponible, confiar en la de otros puede mejorar la probabilidad de elegir la mejor opción. Por el contrario, sería un error imitar por imitar si dispusiéramos de otra información o de algún conocimiento que desaconsejara correr en esa dirección.
Aunque este mismo ejemplo sirve para recordar que, a pesar de que en situaciones de incertidumbre el comportamiento gregario puede ser la actitud más sensata, tampoco asegura nada. Solo podemos hablar en términos de probabilidades porque también podría ocurrir que ese comportamiento colectivo respondiera al «efecto cascada». Si «seguimos a los demás que siguen a los demás», pero nadie sabe bien por qué lo hace, el resultado puede ser nefasto.
Indudablemente lo preferible es, insisto, hacer siempre el esfuerzo de informarse bien para construir un criterio propio. Si podemos hacerlo, nunca deberíamos conformarnos con imitar sin más. Por poner un ejemplo extremo. Un hombre que vive en un estado totalitario no puede lapidar a su mujer infiel o denunciar a su madre cuando un día llega tarde a casa porque «si todos hacen eso, por algo será». Imitar ese comportamiento es absurdo y criminal, y cuando las señales privadas se desarrollan en un contexto de falta de educación o, peor, de adoctrinamiento perverso, ese criterio se vuelve muy endeble.
Por resumir, podríamos decir que existe una «imitación inteligente» y otra que no lo es, y esto nos lleva a tratar de dilucidar dónde está la frontera entre ambas. En una situación de incertidumbre, cuando no tenemos un criterio propio o nos falta mucha información y es imposible obtenerla en el tiempo disponible, tomar decisiones «como Vicente» puede ser lo más sensato. Si tanta gente hace lo mismo, «por algo será». Pero si uno tiene señales privadas suficientemente fuertes como para pensar que está en lo cierto, lo correcto es confiar en nuestro punto de vista. Si eso no se hace, si se concede más valor a la información pública que a la privada siendo esta robusta, entonces incurriremos en groupthink.
NOTA: Si te ha gustado el post, puedes suscribirte para recibir en tu buzón las siguientes entradas de este blog. Para eso solo tienes que introducir tu dirección de correo electrónico en el recuadro de “suscribirse por mail” que aparece en la esquina superior derecha de esta página. También puedes seguirme por Twitter o visitar mi blog personal: Blog de Amalio Rey. Si estas interesado/a en saber más sobre el “El Libro de la Inteligencia Colectiva“, tienes toda la información en este enlace