En mi post anterior, el primero del seriado que estoy publicando sobre los principales «mecanismos de agregación» que existen, hablé del consenso como metodología para aprovechar la inteligencia colectiva. Recuerdo que en los comentarios que me hizo el bueno de José Luis Escorihuela en LinkedIn, decía esto: «confío que en algún momento hablarás de emergencia integradora como método de agregación preferente en sistemas vivos», y es de esto, precisamente, que trata esta entrada. Veamos cómo funciona la «emergencia» en general, y la «estigmergía» en particular, como mecanismos para agregar colectivamente.
¿Cómo funciona la “emergencia”?
La inteligencia colectiva aflora a veces de forma espontánea e inesperada, casi mágica. En estos casos, las interacciones locales entre los miembros del colectivo, en forma de bucles de retroalimentación, conducen de forma natural a un comportamiento global coherente y robusto. Cuando esto ocurre, hablamos de «emergencia» o de «efectos emergentes». El mecanismo que agrega existe, aunque no seamos capaces de descifrarlo.
Eso es lo que ocurre por ejemplo con la propagación de memes y rumores o con la fijación de precios en el mercado, afloramientos de sistemas de elaboración colectiva de tal complejidad que resulta imposible gobernar los mecanismos de agregación subyacentes. También podríamos etiquetar como «comportamientos colectivos emergentes» las avalanchas humanas, los disturbios generalizados, las revueltas callejeras o los episodios de histeria colectiva. Asimismo, las modas, como los rumores, que son fenómenos espontáneos de propagación de ideas y comportamientos colectivos, que una vez más emergen de un modo difícil de explicar.
Esta complejidad se explica en parte porque las interacciones entre los componentes se dan de forma no lineal, lo que hace que el resultado agregado sea muchas veces analíticamente intratable. Surgen efectos novedosos, inesperados, que causan sorpresa, dada su impredecibilidad a partir del estado previo. Si bien el requisito de novedad es considerado por algunos autores como un criterio débil para identificar la emergencia, ya que la novedad siempre depende de la experiencia del observador, creo que es un buen punto de partida, una buena pista para aprender a reconocerla.
El arquitecto Pascual García, cofundador del colectivo Zuloark, me decía (como parte de la investigación que hice para mi libro) que «La emergencia es la verdadera inteligencia colectiva». La cuestión es, según él, si estamos preparados para diseñar procesos abiertos que la favorezcan y asumir que las ideas iniciales pueden no ser las que finalmente acaben funcionando.
Los estorninos, las hormigas o las abejas disponen de mecanismos biológicos para comunicarse y actuar en grupo que van desde las feromonas a las danzas. Gracias a ellos, aflora lo que se da en llamar «inteligencia de enjambre». Los humanos no tenemos una capacidad natural que nos permita formar enjambres. Esto es, conectarnos de forma automática y simultánea entre cientos o miles de nosotros para generar una inteligencia unificada. Sin embargo, la tecnología nos puede ayudar a alcanzar altas cotas de coordinación a gran escala y en tiempo real.
Enjambrar a humanos: el ejemplo de UMU
Louis Rosenberg, científico jefe de Unanimous AI, habla de «enjambrar» a los humanos, o sea, de lograr amplificar nuestra inteligencia cuando actuamos juntos al grado que lo consigue una hormiga cuando se une a la colonia. Estuve conversando sobre esto con David Baltaxe, director de sistemas de información de esa empresa, en la Collective Intelligence Conference que tuvo lugar en Nueva York en 2017. Allí me habló de la posibilidad real de crear «enjambres artificiales» para conectar en red grupos humanos y construir una inteligencia emergente unificada. Eso es lo que intenta con UNU, su plataforma inspirada en enjambres biológicos, que permite a grupos en línea trabajar de forma sincronizada. La tecnología que usa esta empresa se llama «Swarm AI». Puedes ver un vídeo, entender cómo funciona y probarla en este enlace.
De todos modos, te avanzo unas pistas. UNU se organiza en salas en las que los usuarios pueden hacer preguntas, que aparecen en la pantalla encima de un hexágono cuyos vértices representan las respuestas posibles. En medio del hexágono hay un disco que simboliza la voluntad agregada de los participantes. Cada miembro del grupo controla un imán digital que puede usar para arrastrar ese disco hacia la opción de respuesta que desee elegir. El sistema aplica un algoritmo, basado en inteligencia artificial, para gestionar y combinar las respuestas individuales, generando efectos complejos en el control del imán según el comportamiento que exhibe el «enjambre». Esos efectos simulan propiedades de los sistemas físicos reales como la amortiguación, la fricción, etcétera. Y el vértice del hexágono hacia el que se dirija finalmente el imán indicará la opción elegida por el colectivo. En el fondo, es como un sistema complejo de votación que agrega preferencias de forma dinámica e interactiva, un enjambre de personas que «piensan juntas» y se ponen de acuerdo espontáneamente.
Los investigadores de Unanimous AI pusieron a prueba su plataforma tratando de hacer predicciones sobre los resultados de distintas competiciones deportivas. En todos los casos, según afirman, las predicciones de sus enjambres fueron más precisas que las de los individuos por separado y también que los promedios colectivos.
Estigmergía
Hablemos ahora de Estigmergía, una forma específica de «emergencia» que a mí me fascina. El entomólogo Pierre-Paul Grassé acuñó este término para explicar el mecanismo por el que las termitas empiezan el proceso de construir sus enormes nidos catedralicios a partir de determinadas marcas físicas inaugurales. Los cimientos de una montaña de barro construidos por una termita incitan a otras a colocar más barro en ese lugar en vez de crear nuevas estructuras, y el efecto es acumulativo. Las montañas más altas llaman a las termitas, que abandonan las pequeñas y siguen construyendo hasta que esos pináculos necesitan tocarse entre sí para sostenerse.
Resulta intrigante comprobar que, también en las comunidades humanas, el uso de señales en el ambiente funciona como un mecanismo de coordinación «implícita». Las oficinas o el tráfico, por ejemplo, están repletos de trazas ambientales que condicionan las acciones colectivas y generan patrones: las aglomeraciones, los espacios vacíos, el concierto de voces, los caminos preferidos o los desechados. Basta entonces con dejar determinados rastros en el medioambiente, como pistas que conducen al comportamiento organizado del colectivo.
En su ensayo The perfect swarm (un libro que siempre recomiendo), el físico australiano Len Fisher cuenta un caso temprano de estrategia emergente de optimización que recuerda a los «caminos del deseo». Según él, a Robert J. Dillon, uno de los primeros comisionados de Central Park, en 1856 se le ocurrió la idea de supeditar la planificación de los pasos y senderos del parque al uso que los propios ciudadanos hicieran del espacio. Los caminos más usados serían los que finalmente quedarían marcados y se consolidarían. La propuesta de Dillon no se aprobó, pero investigaciones recientes demostraron que su idea funciona muy bien en la práctica.
En buena medida los precios son también trazas estigmérgicas, ya que emiten señales al entorno que inducen comportamientos agregados. Aunque la implementación práctica de sistemas emergentes en colectivos humanos es compleja, sigue siendo interesante descubrir cómo se pueden identificar y utilizar nuevas señales estigmérgicas —parecidas a los precios— para activar mecanismos de coordinación que se basen en la autonomía y la auto organización.
Emergencia y autoorganización: ¿dejar que suceda?
Los efectos emergentes son siempre deseables desde el punto de vista del potencial creativo, pero no son ni buenos ni malos per se si se juzgan por su impacto en los resultados. Es natural, en cualquier caso, que se trate de poner cierto orden, en un intento de «domesticar» al menos una parte de esos efectos. Para ello pueden fijarse, por ejemplo, restricciones en las condiciones de partida para limitar —con un diseño más intervencionista— el espacio de soluciones. De esta manera se renuncia a una parte de la capacidad de sorpresa de la emergencia a cambio de un mayor control sobre el resultado, aunque según qué tipos de retos nadie puede asegurar que eso se consiga.
Si lo que emerge de forma espontánea es positivo, lo mejor es dejarlo estar, que se gobierne por sí mismo. Pero cuando el efecto es negativo, lo lógico es reaccionar tratando de reducir lo ingobernable. Es lo que ocurre desde tiempos inmemoriales en las políticas públicas que intentan reducir la pobreza o corregir las desviaciones que genera el mercado. Como seres humanos, nuestra relación con la naturaleza también refleja esa poderosa necesidad de control.
Hay que diseñar las condiciones para que los efectos emergentes afloren. Explico mejor la forma de hacerlo, y el impacto que produce esta lógica, aprovechándome de las buenas ideas de Steven Johnson. El divulgador científico usa con fortuna el término «plataforma», que es exactamente lo que tienen que concebir los ingenieros de ecosistemas: crear un entorno que facilite el juego, permita compartir recursos y generar combinaciones. Casi siempre habrá unas reglas implícitas, unos límites, un paradigma, para educir entropía y hacer más viable la co-creación. Pero ese espacio tiene que ser suficientemente flexible para que ocurran cosas mágicas e inesperadas.
También me interesa especialmente reflexionar sobre cómo las instituciones públicas se relacionan con las iniciativas emergentes y auto-organizadas. Reconozco que esta es una de mis obsesiones. Por ejemplo, echo en falta más ejemplos de iniciativas que afloren desde la comunidad con sus propios liderazgos, y sean apoyadas y acompañadas con humildad desde las entidades públicas, sin intervenirlas ni coaptarlas. El reto aquí es, como me decía mi amigo Doménico di Siena, «conseguir que lo informal y espontáneo quite espacio —en el buen sentido— a lo institucional, para salir reconocido, reconocible y reforzado».
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Gracias Amalio por el post! Me surge una duda, planteas la emergencia como un proceso espontáneo e inesperado. Siempre he tenido la sensación de que de espontáneo tiene poco e inesperado también. Si bien es cierto que surge de manera desconocida, para mí es un proceso natural que se gesta a su ritmo, no es automático y depende de las condiciones del entorno para que sea viable. Lo que observamos como inesperado sería el resultado de esa emergencia, no?
Perdona, Luis, no había visto tu comentario.
En realidad, no entiendo bien lo que dices. Voy a intentar explicarme, por si doy en la tecla.
La emergencia PARECE espontánea, pero siempre tiene unas reglas de agregación. Lo que pasa es que esas reglas son tan complejas, que pueden ser indescifrables. Y, además, no las controla ni dirige nadie, sino que responden a un modelo descentralizado. Como no conocemos esas reglas, no podemos inferir con cierto nivel de certeza qué va a salir de ese sistema (“outputs”) a partir de los “inputs” que se le introducen. Ahí está el misterio y lo fascinante que es la emergencia. Por eso decimos que mucho de que generan estos procesos son “inesperados”, o imprevistos. No sé si con esto he sido capaz de explicarlo bien.
Gracias Amalio por la aclaración. Sí, era exactamente eso lo que estaba pensando, pero al leer el texto lo interpreté de otra manera que no me encajaba. Saludos!