Los perfeccionistas son personas en búsqueda persistente -consciente o inconsciente- de la perfección, o de estándares muy altos que se le parezcan. Como en todo, hay grados, y algunos son patológicos, pero en esta entrada voy a referirme al perfil o manera de ser que tiende a lo perfeccionista, y no a su manifestación como trastorno psicológico.
Sé de lo que hablo porque yo he sido un perfeccionista que -todo hay que decirlo- va calibrando las dosis y puliendo excesos. Hoy, a toro pasado, reconozco que haberlo sido explica en parte que una de mis aventuras emprendedoras más importantes no haya prosperado más. Y sigo experimentando sensaciones parecidas cuando participo en proyectos colectivos, y veo a compañero/as que funcionan de esa manera, así que me resulta fácil explicar en primera persona lo que contribuye y penaliza esa forma de integrarse a dinámicas participativas.
Examinar esta cuestión desde el equilibrio me parece fundamental. Es un tema que considero relevante porque el perfil perfeccionista hace una aportación contradictoria, paradójica, a la inteligencia colectiva; que puede canalizarse muy positivamente si se gestiona bien, o perjudicar de forma notable tanto la experiencia del viaje como el rendimiento de los equipos. Dediquemos un rato a esta cuestión.
¿Por qué cuesta tanto al perfeccionista integrarse en lo colectivo?
La construcción colectiva requiere paciencia, empatía y aceptación de las diferencias. También, reconocer que existe una variedad de caminos diferentes para llegar a un punto, y que muchos de ellos están todavía por descubrirse. Esta voluntad de crear desde la diversidad y de confiar en lo emergente no suele ser un atributo destacado en los individuos con perfil perfeccionista. Veamos por qué.
Las personas que lo son, suelen ser rígidas en su pensamiento, muy críticas consigo mismas y con los demás. Cualquier cosa por debajo de un determinado umbral de excelencia (que suele ser bastante alto) les parece inaceptable. Y lo peor es que son impacientes en la gestión de esas expectativas, no dan tiempo a que esos estándares a los que aspiran emerjan poco a poco, sino que esperan que se consigan constantemente.
La gestión colectiva necesita un encaje de la diversidad que funciona a menudo por aproximaciones sucesivas. Por el camino se producen un montón de desajustes, dilemas, contradicciones y, también, situaciones ambiguas. Que las piezas terminen encajando depende mucho de la cadencia -el tempo– y de que prospere un entorno de confianza que evite reprochar el error. No es lo único que explica el éxito de un proyecto colectivo, ni mucho menos, pero es un ingrediente importante que lo condiciona.
En un equipo siempre hay distintos niveles de competencias. A más inclusivos son los grupos, más disparidad, porque el criterio para integrarlos es que estén bien representados los colectivos afectados o, simplemente, la autoselección: si quieres participar, eres bienvenido/a. Este filtro no es meritocrático, ni elitista, así que entra de todo y, entonces, el desafío de la inteligencia colectiva bien gestionada consiste en sacar lo mejor de ese conjunto de personas, aplicando el principio de que: es el mejor equipo porque es el que tenemos.
Si nuestras expectativas son demasiado altas, queremos que todo-vaya-bien-siempre, (nos) metemos presión para dar resultados impecables, y solo admitimos como válido aquello que esté perfecto según nuestros propios cánones -que son los únicos válidos-, entonces vamos a sufrir, y mucho, en un contexto en el que, como expliqué antes, domina lo imprevisible y un rango de calidades que es inestable en el tiempo.
Quizás el problema mayor viene de suponer que existe una sola manera de conseguir las cosas; y eso se da en los perfeccionistas por su necesidad de control, que se explica a su vez por su excesivo miedo al error y al fracaso. Ser rígidos y controladores en una actividad que demanda un patrón distribuido de poder es siempre una fuente de estrés.
Otro rasgo del perfil perfeccionista es el “pensamiento dicotómico”, o sea, el “todo o nada”, el “éxito o fracaso”, sin zonas grises, ni estadios intermedios, lo que lleva a generalizar demasiado. Un juicio tan severo es contraproducente en procesos como los colectivos en los que se generan impactos tan complejos y dinámicos, con influencias positivas y negativas que se tensionan entre sí. Veamos ahora cómo afecta todo esto al trabajo en equipo y a la inteligencia colectiva.
Lo que penaliza a los equipos un perfeccionismo mal gestionado
Según mi experiencia, estos son algunos efectos negativos que produce el perfil perfeccionista en los proyectos colectivos:
1. Demasiada presión: estrés de rendimiento
Los perfeccionistas tienden a elevar demasiado el listón de las expectativas, y eso aumenta las probabilidades de frustración. Les cuesta reconocer y poner en valor las pequeñas victorias, son severos en la evaluación, y así contagian cierto espíritu pesimista. Minimizan los logros porque apenas los consiguen ya están planteándose cómo mejorarlos. No disfrutan del momento y eso penaliza la calidad de la experiencia de trabajar junto/as. Los avances hay que celebrarlos porque energizan el paso siguiente, así que escuchar al típico cortarrollo de “ha estado bien PERO…” no es muy edificante, además de causar estrés de rendimiento en los equipos.
2. Se destruye diversidad e inclusión
Este es quizás el impacto más negativo. Como dije antes, a los perfeccionistas les cuesta entender que hay muchas formas distintas de abordar y resolver un reto o problema. Suelen estar demasiado seguros de la validez de su enfoque, y por eso digieren mal las propuestas alternativas. Les cuesta habitar en espacios de construcción colectiva de las expectativas porque tienden a imponer las suyas como lo mínimo aceptable. Y si son perseverantes -un atributo habitual en este perfil de personalidad- terminan anulando buena parte de las opciones alternativas. Un problema añadido es que tienden a ser elitistas en la selección de sus compañeros de viaje. Es fácil de que se quejen de que no tienen en el equipo a las personas adecuadas. Como su imaginario de los perfiles “ideales” suele ser tan inflexible, ponen filtros demasiado excluyentes y condicionados por sus sesgos. Todo esto destruye diversidad e inclusión.
3. Los proyectos pierden agilidad
Los perfeccionistas suelen ralentizar mucho el trabajo en equipo. Son ellos los que fijan el plazo de terminación del proyecto porque de tanto buscar que el resultado sea impecable, revisan y revisan, cuestionan y cuestionan, a veces por cosas que no merecen tanto la pena. Poner el freno puede ser bueno en ciertas circunstancias a favor de la calidad, pero en otras no, sobre todo cuando actuamos en contextos que se necesita dar una respuesta más ágil. A menudo basta con que algo satisfaga una condición, que esté “razonablemente bien”, y no hace falta que sea perfecto para así poder avanzar.
4. Perdidos en los detalles
El perfeccionista destaca por cuidar los detalles, que es algo -en principio- positivo. El éxito de muchos proyectos depende de los detalles, pero solo si esos detalles intervienen en lo que es realmente esencial para los objetivos que se buscan. Las personas demasiado meticulosas pueden arrastrar al equipo a concentrarse en perfeccionar aspectos que son secundarios, lo que le quita tiempo de cuidar otros que sí son los relevantes. Ese 10% que explica el 90% del éxito queda diluido en la dispersión de buscar la exquisitez en atributos que son accesorios.
5. Aversión al riesgo
Al perfeccionista le cuesta naturalizar los errores porque ve el “fracaso” como algo muy reputacional. Esto le lleva a querer controlar el riesgo en exceso, o sea, a minimizarlo. De ahí que empuje al equipo a soluciones que tienden a ser conservadoras.
6. Concentración del poder
Son personas tan exigentes, que les cuesta delegar. Sus estándares son tan elevados que no se fían de que nadie haga las tareas con la misma calidad que ellos. Por eso tienden a sobrecargarse de trabajo y a generar cuellos de botella, además de no facilitar el empoderamiento del equipo, ni el desarrollo de capacidades. Se sienten arboles tan imprescindibles que producen demasiada sombra a su alrededor.
Lo que el perfeccionista puede aportar a los equipos
Lo dicho antes no debe llevarnos a pensar que un perfeccionista desentona o perjudica siempre el funcionamiento de un equipo. Yo diría que todos los equipos necesitan al menos un miembro que sea saludablemente perfeccionista porque aporta matices interesantes. Una ventaja a destacar es que son inconformistas y aportan nervio.
Según cómo gestionen su ímpetu, y aprendan a atenuar la posible frustración que les produce que las cosas no sigan exactamente el curso que prefieren, una persona perfeccionista puede motivar muchísimo a un equipo y enriquecer los procesos de inteligencia colectiva. Un aporte valioso es que son constantes y tienen un elevado sentido de la responsabilidad. Son personas resolutivas, fiables y trabajadoras, que le ponen muchas ganas a lo que hacen y son persistentes en la búsqueda de los objetivos.
Esa atención meticulosa que ponen en los detalles, y que presenté antes como un posible motivo de ralentización de los proyectos, puede ser también una bendición para que los equipos eleven sus cotas de calidad, y no se acomoden.
¿Cómo gestionarlo positivamente?
En este post no pretendo estigmatizar a las personas perfeccionistas sino ayudarlas a mirarse al espejo -como ya hice yo- y a que traten de limar esas fuentes de desgaste o fricción para que encajen mejor en los proyectos colectivos, porque las necesitamos. Voy a dar algunas pistas para encontrar ese equilibrio saludable que reduzca los inconvenientes y potencie las ventajas:
1. Cultura de prototipado
Siempre digo que uno de mis mayores aprendizajes con el Design Thinking ha sido entender el lugar que ocupan los prototipos en la filosofía de innovación, y cómo eso me ha ayudado a corregir la parte más tóxica de mi perfeccionismo. Antes quería conseguir el mejor resultado posible a la primera, y eso imprimía mucha tensión en todo lo que hacía. Me jugaba todo a una sola carta. Cuando descubrí la idea de “iterar prototipos” como ciclos de aproximaciones sucesivas en el camino a la solución, me apliqué un truco que funciona muy bien: aprendí a verlo como un viaje y así posponer el logro de la perfección. Digo “posponer” porque sin renunciar a querer conseguir el mejor resultado posible, relajo las expectativas ad interim y fluyo con el proceso, gracias al autoengaño de que en algún momento la perfección llegará, aunque nunca la consiga 🙂
2. Confianza en lo emergente colectivo
Es esencial confiar en la capacidad de sorpresa de lo colectivo. Si no confiamos en las personas, en su talento y creatividad latentes, vamos a ser impacientes o demasiado exigentes en la demanda de resultados. Los efectos emergentes positivos suelen tardar en llegar, y no conviene intervenir antes de tiempo o forzarlos con juicios precipitados. He aprendido a frenar, a imprimir una cadencia más reposada, a confiar en que trabajar junto/as produce a la larga mejores resultados que en solitario. Y esto al final funciona como una profecía autocumplida.
3. Satisfacción vs. maximización
Fijarse unos objetivos que satisfagan ciertas condiciones, cumplirlos y avanzar, produce una sensación de progreso muy estimulante. Hay que desinflar la presión productivista de la maximización. En su lugar, hacer las cosas lo mejor posible dentro de un marco que produzca disfrute del proceso.
4. Celebrar las pequeñas victorias
Es clave practicar la cultura del elogio, del relato en positivo, para celebrar cada pequeña victoria, que conduzca (o no) a la siguiente. Debemos reconocer las oportunidades de mejora, las cosas que tal vez no hemos hecho del todo bien, pero el momento de hacerlo quizás es mañana. El de hoy es disfrutar de lo conseguido.
5. La diversidad como oportunidad
El perfeccionista debe revisar su forma de relacionarse con la diferencia, para que la diversidad deje de ser una fuente de estrés, y se convierta en una de curiosidad. Esto implica relajar la rigidez y entender que vale la pena explorar caminos alternativos antes de optar por una decisión definitiva. Y que incluso aunque esta sea la que él o ella había pensado inicialmente, el proceso mismo de abrir la perspectiva significa un aprendizaje.
6. El humor como motor de cambio
Aprender a reírnos de nosotros mismos, de lo tiquismiquis que podemos llegar a ser en ocasiones, es una válvula de escape que ayuda mucho a mitigar el dolor del autoconocimiento. Digerir con gracia nuestros excesos, sin dramatismos, es de los mejores consejos que puedo dar. Si un compañero nos pilla en uno de esos momentos perfeccionistas que hacen un flaco favor al equipo, está bien reconocerlo y echar unas risas juntos.
Para terminar, solo me queda decir que si crees que tu manera de ser, y de comportarte en equipo, responde (a veces) a algunos de estos rasgos, trata de aprender a reconocerlos y modularlos. Si conoces a personas que, en tus equipos, tienden a actuar así, invítalas a leer este artículo. Tal vez les ayude.
NOTA: La imagen es de Geralt en Pixabay.com. Si te ha gustado el post, puedes suscribirte para recibir en tu buzón las siguientes entradas de este blog. Para eso solo tienes que introducir tu dirección de correo electrónico en el recuadro de “suscribirse por mail” que aparece en la esquina superior derecha de esta página. También puedes seguirme por Twitter o visitar mi blog personal: Blog de Amalio Rey.
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