En mi libro de inteligencia colectiva que se publicará en abril, hablo extensamente de los llamados «mecanismos de agregación», que son los que hacen de pegamento para convertir las acciones y preferencias de los individuos en un juicio, comportamiento o decisión colectiva. Siempre que un grupo quiera razonar, aprender, crear, resolver problemas o tomar decisiones en común, requerirá —de forma consciente o inconsciente— de alguno de estos mecanismos para negociar el agregado colectivo.
Voy a dedicar varias entradas sucesivas en este blog a explicar algunos de los mecanismos de agregación más conocidos. Será un seriado con posts que tratarán cada uno de ellos por separado. Es un tema que me parece muy relevante —y que suele descuidarse— porque cuando insisto en que debemos «diseñar (buenas) arquitecturas participativas», me estoy refiriendo sobre todo a cómo concebimos esos mecanismos.
Empezaré hoy, como indica el título del post, por el consenso. Y lo primero que voy a decir es algo que ya he repetido muchas veces en esta casa: vivimos en una sociedad que abusa del atajo de la votación por mayoría, que reduce el espacio de las opciones a la elección binaria y provoca más polarización porque el que gana lo gana todo y el que pierde lo hace sin paliativos. Las soluciones que arroja esta manera de agregar no pueden reflejar la variedad de miradas presentes en el colectivo. Para colmo, cada vez es más común asistir a consultas que se deciden por márgenes estrechos de 51-49%, lo que hace que nos saturemos de perdedores, cunda el resentimiento y eso lastre la implantación de la opción ganadora porque gran parte del colectivo la rechaza, no se siente representada en ella.
Tanto en democracia como en la gestión de las organizaciones, el modelo alternativo por el que habría que apostar más es el de la agregación «por síntesis», y no «por selección», que es la lógica que sigue la votación por mayoría. Esta debería ser la excepción y no la regla. La deliberación y el consenso, en cualquier de sus tipos, son la alternativa para conseguir esa síntesis. El solo hecho que se intente discutir y minimizar las objeciones, en lugar de tomar el atajo de votar, hace que los grupos se esfuercen por ser más creativos al buscar soluciones que reflejen la riqueza de matices que se dan en la elección colectiva de preferencias.
El consenso es un mecanismo de agregación que consiste en lograr el acuerdo colectivo mediante el consentimiento de todos los miembros del grupo. En alguna de sus modalidades, sin embargo, no se requiere una aprobación expresa, sino que es suficiente con la no-negación para que la propuesta salga adelante. Algunos integrantes del colectivo aceptarán, en este caso implícitamente, un resultado determinado si no plantean ninguna objeción formal, aunque durante el proceso alguien haya mostrado reservas con respecto a ciertas cuestiones. Este consenso puede albergar posturas tan variadas como: «estoy de acuerdo», «no es perfecto, pero me vale», «no me opongo, pero tampoco me satisface» o «me opongo». Solo la última bloquea y obliga a revisar el acuerdo.
Por ejemplo, en la Wikipedia los textos que se mantienen estables son aquellos sobre los que sus autores han llegado a un consenso implícito. La estabilidad de los artículos es una señal de que existe un grado suficiente de satisfacción general, aunque para ninguno sea la redacción perfecta.
Y es que si la votación es un mecanismo para elegir una alternativa entre varias, el consenso es un proceso de síntesis entre alternativas. La primera conduce, como ya dije, a un escenario de ganadores y perdedores. La segunda expone las discrepancias con rapidez para facilitar que las opiniones de las minorías encuentren acomodo en la solución final.
El consenso tiene limitaciones prácticas y no es aplicable a todas las situaciones. Por eso algunos colectivos lo reservan para las decisiones especialmente relevantes y arriesgadas. O bien para aquellas en las que resulta improbable que pueda forzarse el cumplimiento de una decisión colectiva sin la aceptación e implicación de todos. En este tipo de escenarios, el grupo estará obligado a intentar convencer a los objetores para que nadie boicotee los resultados.
La viabilidad del consenso tiende a disminuir a medida que aumenta el tamaño del colectivo y en ocasiones puede llegar a ser inoperante. José Luis Escorihuela me recordaba —como parte de la investigación que hice para el libro— esos «falsos consensos» que se consiguen en asambleas excesivamente largas. Auténticas carreras de fondo que solo los más aptos logran completar, y en las que al final las opiniones se imponen por agotamiento. José Luis dice, con razón, que no siempre es posible encontrar soluciones que satisfagan a todo el mundo.
Un riesgo del consenso es que un número relativamente pequeño de participantes, bien organizado, puede llegar a bloquear la voluntad de la mayoría sin verdaderas razones para el bien del colectivo. Y otro más, la relativa rigidez de esta fórmula puede desalentar la expresión de la discrepancia por temor a las consecuencias. No obstante, puntualizo, en estos dos casos se trataría de plasmaciones disfuncionales del consenso. Uno bien gestionado no tiene por qué llevar a esos extremos.
El consenso suave
Como no siempre y no todos tomamos nuestras decisiones de forma racional, a veces nuestras preferencias contradicen o se desvían del óptimo colectivo. En ciertos temas el conflicto parece inevitable y entonces el consenso puro, simplemente, resulta imposible.
En escenarios en los que parece improbable conseguir el consentimiento de todos, existen mecanismos ideados para relajar las condiciones del consenso y propiciar su uso. Es el llamado «consenso suave», que en lugar de aspirar al consenso absoluto, flexibiliza las expectativas buscando solo el que sea viable.
Hay muchas variantes de este tipo de consenso flexible, pero, entre ellas, destacaría tres:
- Intento de consenso: Procura alcanzar la decisión por consenso dentro de un plazo determinado y si no se consigue, se vota.
- Consenso menos X: Requiere al menos X personas para bloquear la propuesta, lo que limita el poder de posibles participantes tóxicos.
- Consenso a plazos: Permite adoptar una decisión por consenso pero transcurrido un plazo determinado, el colectivo la revisa y decide si renovarlo o no.
Como siempre digo, los afectos prosperan en entornos de inclusión, de empatía colectiva, y se deterioran en los contextos polarizados. Las prácticas competitivas de «juego de suma cero» hacen más difícil que se tejan esas complicidades. Cuantos más perdedores, más resentimiento. Por el contrario, la cultura del consenso, de «ganar-ganar», predispone positivamente hacia el mutuo reconocimiento afectivo, que es algo que deberíamos colocar bien arriba en nuestra lista de prioridades.
Optemos por votar solo cuando no quede más remedio. Insisto, cuando se hayan agotado todas las posibilidades para la síntesis. ¡¡Cuanto cambiaría todo si nos tomáramos más en serio este principio!!
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