Cuando la tecnología facilita relaciones significativas: tres ejemplos

comunidad de pacientes

La tecnología bien utilizada, que pone a las personas en el centro, puede contribuir a impulsar los afectos y las relaciones significativas. Aquí se cuentan tres ejemplos

Dedico un capítulo entero de El Libro de la Inteligencia Colectiva a poner en entredicho las ventajas de los «atajos tecnológicos», pero cuando hablo de esto siempre tengo que aclarar que eso no significa que yo piense que la tecnología es incompatible con los afectos y las relaciones significativas. No es así en absoluto. El músculo de la socialización se puede fortalecer si las tecnologías se conciben y emplean con ese fin. Estoy convencido de que es posible usarlas de una manera que ponga a las personas en el centro y que complementen en lugar de que excluyan como hacen los atajos mal elegidos.

Traigo a esta entrada tres ejemplos que demuestran que ambas dimensiones son perfectamente compatibles si se diseñan bien.

1. Body Politic Covid-19 Support Group: una comunidad de pacientes

Un artículo de MIT Technology Review cuenta cómo Fiona Lowenstein y Sabrina Bleich, al contraer la enfermedad de la covid-19, se sintieron frustradas por la escasez de contenidos y recursos disponibles en la red para lidiar con sus efectos. Por eso, decidieron crear un pequeño chat en Instagram para poner en contacto a personas que los sufrían. La respuesta fue tan buena que tuvieron que migrar a una plataforma colaborativa online como Slack, que permite una gestión del escalado de las conversaciones más eficiente. Así nació Body Politic Covid-19 Support Group, una comunidad que en agosto de 2020 ya tenía unas catorce mil personas registradas y estaba autoorganizada en más de cincuenta canales de discusión para distintos temas relacionados con la pandemia.

Dentro de esa comunidad había un subgrupo de afectados que se identificaban a sí mismos como long haulers o «transportistas de larga distancia», que es el término comúnmente utilizado para designar a las personas que no se recuperan por completo de la covid-19 y siguen sufriendo sus efectos durante largos periodos. Una de ellas, Gina Assaf, abrió un canal específico llamado #research-group para aglutinar a personas con una situación parecida a la suya. Esto permitió que se descubrieran entre sí y que coordinaran esfuerzos para lanzar un estudio de su sintomatología. Dentro del grupo había perfiles diversos de especialización que permitían abordar la investigación como un «reto de autoservicio», incluidos pacientes expertos en análisis cualitativo, procesamiento estadístico de datos, diseño de encuestas, visualización de datos y neurocientíficos, entre otros. Algunos, como Hannah Wei, ya habían creado sus propias plantillas en Google Docs para rastrear sus síntomas antes de unirse a la iniciativa, y aportaron esa experiencia al diseño de la investigación. Este grupo, llamado Patient Led Research for Covid-19, publicó en mayo de 2020 su primer informe, basado en 640 respuestas, que dio pie el análisis más profundo que se había hecho hasta entonces sobre estos pacientes de larga duración.

Además de la comunidad de Body Politic, se multiplicaron las iniciativas de colaboración entre estos pacientes para superar la confusión y la soledad que venían sufriendo. Un grupo británico, LongCovidSOS, lanzó una campaña para presionar al gobierno con el objetivo de conseguir reconocimiento y más fondos de investigación para esta forma específica de manifestación de la enfermedad. Estos esfuerzos colectivos lograron que los medios empezaran a visibilizar la situación de estos long haulers, el personal médico se hizo más sensible a ese perfil y comenzaron a desarrollarse programas de tratamiento y rehabilitación específicos que antes no existían. En resumen, gracias a la inteligencia creada por estas comunidades con ayuda de la tecnología, explica The Atlantic, «los nuevos transportistas de larga duración ya saben cómo llamarse a sí mismos, tienen comunidades dinámicas de las que aprender y un mejor acceso a las pruebas y la atención médica».

2. Cor.on Collaboration: un podcast colectivo

Este segundo ejemplo, Cor.on Collaboration, fue un proyecto de aprendizaje colaborativo surgido en Madrid durante el confinamiento por la pandemia y dedicado a producir y publicar podcasts colectivos a partir de los audios grabados en una comunidad de Telegram formada por unas ochenta personas. Su objetivo era compartir experiencias y reflexiones de ciudadanos por todo el mundo en relación con la crisis global de la COVID-19, dar a conocer lo que estaba haciendo la gente para acompañarse y apoyarse durante el confinamiento, valiéndose de la inteligencia colectiva en un contexto de gran complejidad.

Sus contenidos se organizaban por temas con una fuerte carga afectiva (futuros, ecología, feminismos, vida cotidiana, infancia y vejez confinadas, voces del mundo, etcétera) y circulaban por canales de acceso público como Ivoox, Spotify e Itunes. Este entorno colaborativo, gestionado mediante dispositivos tecnológicos —plataformas de mensajería instantánea y canales de podcasts—, creó un espacio afectivo muy entrañable entre cientos o miles de personas que, geográficamente distantes, compartían inquietudes. La tecnología lo facilitó, pero solo pudo suceder porque el propósito de situar a las personas en el centro fue claro en todo momento. Si quieres informarte más de esto, aquí tienes un PDF para descargarte.

3. Peer 2 Peer University (P2PU): iniciativa de educación abierta

Este caso demuestra cómo la tecnología tracciona muchas actividades pero puede multiplicar sus efectos positivos si se acompaña de una capa afectiva de contacto directo. Se basa en la premisa de que se aprende más si quienes nos instruyen son parecidos a nosotros y, también, cuando a su vez el aprendiz enseña a otras personas.

Esta dimensión eminentemente social y afectiva del aprendizaje la entendió muy bien Peer 2 Peer University (P2PU), una formidable iniciativa pedagógica que nació en 2007 para ofrecer educación abierta basada en cursos online gratuitos. Este programa ajustó su estrategia a partir de 2014 para dejar de trabajar exclusivamente en línea, asociándose con redes de bibliotecas públicas (su primera experiencia, que le sirvió para tomar impulso, tuvo lugar con la de la universidad de Chicago) para organizar grupos de estudio presenciales, que llamaron «círculos de aprendizaje». Estos círculos están formados por personas que desean aprender juntas sobre algún tema con la ayuda de un facilitador.

La universidad pone a su disposición la plataforma digital de gestión de los cursos, recursos de formación para entrenar a los facilitadores, un amplio repositorio de cursos gratuitos y una comunidad global de apoyo. Los participantes se reúnen en espacios públicos como las bibliotecas, habitualmente dos horas semanales, entre seis y ocho semanas, para completar un curso, abordar un desafío pedagógico o simplemente aprender de forma flexible e informal sobre cualquier materia. Ofrece cientos de cursos que van desde diseño web a emprendimiento y escritura de ficción.

Me interesa hacer notar en este ejemplo que al introducir el componente presencial en la educación online, además de verificarse un aumento espectacular de las tasas de retención de los cursos (al parecer multiplicó por diez la tasa de finalización de los llamados MOOC, Massive Open Online Course), pudo llegar a nuevas audiencias sin experiencia en el uso de las tecnologías digitales y, sobre todo, generar fuertes lazos sociales entre vecinos y ciudadanos de distintos perfiles demográficos que compartían intereses. Al mismo tiempo, reforzó la función de las bibliotecas como centros de socialización y aprendizaje comunitario.

Los creadores de la iniciativa afirman que uno de sus objetivos siempre ha sido «unir a los vecinos para que aprendan unos con otros» a través del despliegue de redes autoorganizadas, una filosofía que empapa el proyecto desde su modelo de gobierno, involucrando a alumnos y colaboradores en todas las etapas del diseño y ejecución de la labor educativa. P2PU tiende sus hilos por todo el mundo, pero la red es más densa en Estados Unidos, Canadá, Kenia y Sudáfrica.

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Experto en lnteligencia Colectiva y creación de redes y ecosistemas de innovación. Se dedica al diseño de arquitecturas participativas y al escalado eficaz de estos procesos. Autor del Canvas del Liderazgo Innovador, facilita proyectos e imparte formación sobre Design Thinking, Inteligencia Colectiva, Hibridación, Co-Skills, Co-Creación, y Ecosistemas 2.0 para innovar. Lidera proyectos de Arquitectura de la Información, redacción-web y diseño de contenidos digitales sobre innovación. Twitter: @arey Blogs: www.amaliorey.com y https://www.bloginteligenciacolectiva.com/

2 comments

  1. Estoy de acuerdo en que la tecnología puede ser una herramienta valiosa para conectar a las personas y fomentar relaciones significativas, como se ve en el ejemplo de Body Politic Covid-19 Support Group. Es importante que la tecnología se diseñe y se use con el objetivo de poner a las personas en el centro y complementar las interacciones humanas en lugar de sustituirlas. La inteligencia colectiva generada por las comunidades en línea puede tener un gran impacto positivo en la vida de las personas, como lo demuestra la creación de un estudio para comprender mejor la sintomatología de los pacientes de larga duración de la covid-19.

  2. La tecnología tiene el poder de conectar a personas y fortalecer relaciones significativas, como se puede ver en estos tres ejemplos. Desde una comunidad de pacientes con COVID-19 que trabajó junta para obtener atención médica y de investigación, hasta un proyecto de podcast colectivo que unió a personas de todo el mundo durante el confinamiento, hasta una iniciativa de educación abierta que unió a vecinos de distintos perfiles demográficos en bibliotecas públicas. La tecnología bien utilizada puede impulsar los afectos y las relaciones significativas.

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