En un post anterior en este blog reseñé un famoso estudio de Anita Woolley y otros investigadores, publicado en la revista Science, que analiza la relación existente entre inteligencia individual y colectiva, una cuestión controversial que ha hecho correr ríos de tinta desde tiempos inmemoriales. Antes de seguir, voy a recordar el experimento y los resultados.
El experimento de Woolley et al
La investigación se hizo con 699 voluntarios, que formaron 192 grupos de dos a cinco personas cada uno, a los que les asignaron tareas de naturaleza colectiva como planificar una compra colectiva para una casa común, compartir las tareas de mecanografía de un documento en Google Docs., planificar un viaje o realizar una lluvia de ideas para descubrir nuevos usos para un ladrillo, entre otras.
Después de recopilar los resultados del trabajo de los equipos para los distintos paquetes de tareas, descubrieron que había grupos que eran consistentemente mejores que otros, o sea, que su rendimiento colectivo podía considerarse más inteligente al abordar una amplia gama de tareas. Lo que encontraron fue que los grupos más efectivos en una tarea lo eran en las otras, o sea, que la efectividad de los grupos correlacionaba entre pruebas diferentes, lo que indicaba que podía haber algún factor común que explicara ese comportamiento. Llamaron “Factor C” a esa medida de rendimiento grupal, por hacer una equivalencia con el llamado Coeficiente Intelectual (CI), que aplica a escala individual y se denomina “Factor G”. Ese indicador era consistente a través de una serie de tareas y altamente predictivo del rendimiento en una tarea posterior y más compleja. En definitiva, que ese factor permitiría medir “la capacidad general de un grupo para realizar una amplia variedad de tareas”, porque los grupos exhiben una forma de inteligencia análoga a la inteligencia general a nivel individual.
Pero, a los efectos del asunto que trato en este post, la conclusión más relevante fue que ni la inteligencia-media del grupo (promedio del coeficiente CI de sus miembros), ni la inteligencia máxima (el CI más alto entre los sujetos del grupo) eran buenos indicadores para predecir cuánto de bien lo hacía el grupo, o sea, su inteligencia grupal (Factor-C).
Este resultado generó mucho revuelo, y tuvo una gran repercusión en los medios. Afirmar que la inteligencia individual (tanto la media como la máxima) no influye de manera significativa en la inteligencia colectiva tiene importantes implicaciones en muchos ámbitos de la gestión de las organizaciones. Aunque es una conclusión que está en línea con experiencias que hemos tenido de juntar a personas muy brillantes en un grupo y, sin embargo, obtener resultados colectivos mediocres; cuesta creer que el talento individual de los participantes no tenga una mayor influencia en el rendimiento grupal.
Las críticas y dudas
En efecto. Hay que decir que las conclusiones de Woolley y su equipo, a pesar de haber tenido más de 700 citas en revistas importantes, se han puesto en duda por algunos investigadores debido a su falta de replicación. Y como sabes, si un resultado científico no es replicable por otros investigadores, es lógico que se cuestione su validez.
Lo cierto es que no puede asumirse como la única lectura posible porque, de hecho, hay otro estudio realizado por los científicos de la Universidad de Edimburgo Timothy C. Bates y Shivani Gupta que, aunque ha tenido mucha menor repercusión, apunta a lo contrario. El estudio se hizo con 312 personas y, contrariamente a la predicción de Woolley, el CI individual representó un porcentaje muy elevado de las diferencias entre grupos, o sea, la media del cociente intelectual individual y el rendimiento mostrado por el grupo correlacionaban fuertemente.
Una investigación posterior, hecha por Marcus Credé y Garett Howardson, pone también en entredicho las conclusiones de Woolley y sus colegas. Se basó en estudios previos y en una revisión profunda del rigor estadístico del experimento, para confirmar la tesis -que defiende la literatura sobre eficacia de equipos y grupos- de que diferentes tipos de tareas requieren distintas características grupales y dinámicas de equipo, o sea, que el rendimiento grupal en diferentes tipos de tareas está influenciado y determinado por variables distintas. Según Credé, la inferencia de un factor general que pueda explicar el rendimiento en una variedad de tareas grupales no está bien soportada.
Una de las críticas que se hace a la investigación de Woolley es que los equipos creados para el experimento eran bastante diferentes a los que se encuentran comúnmente en los entornos organizacionales. En el mundo real, los equipos funcionan por periodos de tiempo relativamente largos, siguiendo unos determinados roles y normas, tienen altos niveles de diferenciación de habilidades (p. ej. un equipo quirúrgico), y distintas lógicas de distribución de la autoridad (p. ej. un equipo de bomberos). Esta diversidad de condiciones no estuvo representada en absoluto en el experimento de referencia.
Según Credé, puede ser que el rendimiento grupal esté fuertemente correlacionado (y no esté determinado por la inteligencia individual) para unos tipos determinados de tareas, pero es poco probable que se encuentre ese factor general si los investigadores tuvieran en cuenta un rango más amplio de tareas grupales o una gama más amplia de equipos. Por ejemplo, para equipos “más reales” como uno de auditoría revisando documentos financieros, uno quirúrgico realizando una operación, la cabina de mando de un avión en un aterrizaje, o un equipo deportivo enfrentando a un rival. Es altamente improbable que aparezca un único predictor que explique el rendimiento grupal para tareas y equipos que operen siguiendo lógicas tan dispares, y que el impacto de la inteligencia individual en la eficacia colectiva sea siempre tan poco influyente. Entonces, ¿qué pasa? ¿dónde está la explicación?
Para poder responder a la pregunta de qué parte de la IC de un grupo se explica por las características individuales y qué parte por las dinámicas de interacción, hay que detenerse a analizar los tipos de tareas.
Igual que el Coeficiente Intelectual (CI) influye más en el rendimiento individual para aquellas actividades altamente cualificadas, donde hay que resolver retos intelectuales más complejos; su impacto disminuye en el rendimiento grupal en aquellas tareas donde la interacción colectiva es más determinante.
Si el desafío es de una naturaleza que exige mucha coordinación por haber fuertes interdependencias, entonces el CI pesa menos porque la inteligencia parece desplazarse al espacio común y a las metodologías que se usen para hacer efectiva la coordinación. En ese escenario, lo colectivo pondera más que lo individual y el impacto relativo del CI puede diluirse un poco. Pero si la tarea colectiva es más aditiva que de síntesis, o sea, que los miembros del grupo pueden avanzar mucho trabajando de forma individual y después sumar contribuciones (por lo tanto, la “interdependencias” son menores), la contribución individual puede pesar bastante en el resultado, y llegar a ser determinante.
Dicho de otra manera, los grupos que súper-coordinan, o sea, que tienen dinámicas de colaboración bien engrasadas, son muy buenos en tareas que tienen muchas interdependencias y necesitan eso, coordinación. Pero si la tarea es modularizable hasta el punto de que primero se puede individualizar y después agregar los resultados, se terminará notando más el impacto de la inteligencia individual en el rendimiento colectivo porque se anula o minimiza el efecto mediador de la coordinación sobre le eficacia grupal.
Como ves, aunque -como entusiastas de la IC- nos gustaría poder decir que la eficacia colectiva de los grupos solo está determinada por el modo en que se organizan, y que el talento individual de los participantes es un factor secundario; no es correcto afirmar eso para todos los casos. Depende, todo depende…
No he puesto ejemplos a propósito, porque es algo que haré en el post de la semana que viene, cuando hable de: “El efecto de demasiado talento en el rendimiento colectivo”.
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Muchas gracias Amalio. Tu artículo me aporta bastantes reflexiones sobre el trabajo grupal.
Tan sólo quería comentarte que por lo que leo, para aquellas tareas bien definidas y estructuradas, cuya evaluación es bastante objetiva, el CI podría ser buen prescriptor.
Pero creo que el terreno de juego que nos preocupa es aquel en tareas cuyos resultados no son tan objetivos (y evaluables mediante indicadores tan subjetivos como la satisfacción de un cliente) y donde las variables que pueden afectar a los resultados se basan en la capacidad de trabajar en equipo, la creatividad pura (no interesada), la capacidad de innovación, la capacidad de trabajar por el bien común de la empresa/sociedad, etc.
En este caso, las conclusiones de Woolley podrían continuar siento válidas.
Un saludo.
Amalio, Gracias por tu texto que me ha llevado a leer el artículo de Wolley.
Debo confesarte que me lo he leído entero porque está como Co-autor Alex Pentland. Lo conocí en un curso online de la plataform EDX sobre Big Data y Física Social. Entiendo que el experimento sea criticable por no replicable. Hay una medición en el experimento que no es fácil de hacer [tercera página, columna central referencia 16]. Medir los turnos de palabra no es sencillo. En este experimento lo hacen con unos Badgets que durante un tiempo he intentado comercializar en España. Son una tarjetas con sensores que miden la distancia a la que hablas con tu contertulio, la velocidad de las palabras, el volumen de la voz, los tiempos de silencio, las interrupciones entre las personas…
El fabricante del Badget, Sociometrics Solution, como Spin-off del MIT Media Lab, ofrecía servicios de medición de cohesión de grupos.
Quizás si se incorporase otros estudios las medidas de turnos de palabra resultase que su peso en las correlaciones desplazaría a las variables con mayor peso en sus experimentos actuales.
Un abrazo.
Gracias, Luis Miguel. Esa investigación de Woolley ha sido de las más citadas, pero también de las más cuestionadas. El efecto de la empatía era previsible, pero también se tiene que matizar. Alex Pentland, como sabes, tiene un libro que habla bastante de eso: “Señales honestas”: https://www.amazon.es/Se%C3%B1ales-honestas-lenguaje-gobierna-mundo/dp/8493641286 Seguro que lo conoces. En efecto, analizar cómo se reparte el turno de palabras podría ser una variable independiente que explicaría una buena parte del rendimiento colectivo en algunos tipos de retos, pero solo para ciertos tipos de retos que sean altamente dependientes de la equidad conversacional. Un abrazo